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JUAN DE LA CRUZ

LA SUBIDA DEL MONTE CARMELO
LIBRO 1

Continuación

I. INTRODUCCIÓN

Las ediciones de las Obras completas de Juan de la Cruz empiezan por dar el texto de la Subida del Monte Carmelo. Eso obedece a cierta lógica. Tradicionalmente en efecto, la vía espiritual comienza por un paso ascético y las etapas místicas vienen después.
Sin embargo, desde el punto de vista de la lectura, este orden se discute, pues el tratado mas bien árido de la Subida puede desanimar al lector, mientras que el Cántico espiritual por ejemplo parece más atractivo. Por otra parte, la Subida es quizá el texto de Juan de la Cruz más envejecido, porque marcado por el rigor ascético de su época.
Con todo, sería lástima desatenderlo, pues transmite a su modo y en páginas a veces magníficas los grandes temas sanjuanistas de la noche de la fe y de la unión de amor. Vamos pues a intentar extraer de ellos la sustantifica médula, pasando más de prisa sobre algunos aspectos que se han vuelto vetustos.

II. ARGUMENTO

Juan de la Cruz da, desde el principio y según su costumbre, el hilo director de su tratado y el poema que quiere comentar.
El título mismo de su obra da la metáfora directora : se trata de guiar los espirituales en su ascensión del monte de perfección simbolizado por la montaña del Carmelo, monte a la cumbre del cual podrán llegar a la unión con Dios. El camino que lleva a esta, estrecho, abrupto, es esbozado en un dibujo. Se trata de un sendero sobre el cual ha escrito varias veces : «nada». Por ambas partes de esta senda se encuentran los bienes de la tierra y los del cielo : bienes desilusionantes, huidizos, que uno acaba por perder si quiere encontrarlos.
El poema que Juan de la Cruz se propone comentar es el de la Noche oscura, y lo da desde el principio. De hecho, lo seguirá muy poco. Al contrario de la exposición del Cántico espiritual, la de la Subida obedece a une lógica sistemática y a preocupaciones didácticas que no se prestan a consideraciones poéticas. El poeta regresa ante el dialéctico y el pedagogo.
He aquí sin embargo, este poema que Juan de la Cruz utilizará de nuevo en su tratado de la Noche oscura.

III. POEMA

En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡ oh dichosa ventura !,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada ;

a escuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡ oh dichosa ventura !,
a escuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada ;

en la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquésta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía
a donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

  ¡ Oh noche que guiaste !,
¡ oh noche amable más que la alborada !
¡ oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada !

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

El aire del almena
cuando yo sus cabellos esparcía,
son su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme,
el rostro récliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

IV. PROLOGO

Juan de la Cruz anuncia el color de su tratado evocando de entrada el apuro del camino de perfección. "El que por ello pasa lo sabrá sentir, mas no decir." El mismo, que lo ha ya recorrido cuando escribe, cuenta sobre Dios para que le ayude a decir algo de ello. Su motivación es la compasión, pues dice, hay almas que no se entienden y "en vez de dejarse a Dios y ayudarse, antes estorban a Dios por su indiscreto obrar o repugnar". Quiere alumbrar estas almas sobre su estado, consolarlas y animarlas. Dándose cuenta sin embargo de la austeridad de sus palabras, acaba su prólogo con una reserva : tiene intención de escribir solamente por los y las carmelitas reformadas que le han pedido que lo haga y que Dios ha puesto sobre la senda del monte de perfección.

LIBRO PRIMERO

En que se trata qué sea "Noche oscura"
y cuán necesaria sea para pasar por ella a la divina unión.

CAPITULO 1

En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡ oh dichosa ventura !,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

Para que un alma llegue al estado de perfección, ordinariamente ha de pasar primero por dos maneras principales de noches, que los espirituales llaman purgaciones o purificaciones del alma. Y aquí las llamamos noches, porque el alma, así en la una como en la otra, camina comme de noche, a escuras.

La primera noche o purgación es de la parte sensitiva del alma, de la cual se trata en la la presente canción, y se tratará en la Primera parte deste libro ; y la segunda es de la parte espiritual, de la cual habla la segunda canción que se sigue, y désta también trataremos en la Segunda y Tercera parte cuanto a lo activo, porque en cuanto a lo pasivo será en la Cuarta.

Esta cuarta parte, constituye de hecho el tratado de la Noche oscura.

Quiere, pues, en suma, decir el alma en esta canción, que salió - sacándola Dios - sólo por amor dél, inflamada en su amor en una noche oscura, que es la privación y purgación de todos sus apetitos sensuales acerca de todas la cosas exteriores del mundo... sosegados ya y dormidos los apetitos en ella.

Y esto dice que le fue dichosa ventura salir sin ser notada, esto es, sin que ningún apetito de su carne ni de otra cosa se lo pudiese estorbar.

Y esto fue dichosa ventura, meterla Dios en esta noche, de donde se le siguió tanto bien, en la cual ella no atinara a entrar, porque no atina bien uno por sí solo a vaciarse de todos los apetitos para venir a Dios.

Este capítulo y los que siguen conciernen a la noche de los sentidos en su globalidad. Juan de la Cruz no distingue todavía los aspectos activo y pasivo como lo hará a partir del capítulo trece. Además, insiste sobre el aspecto feliz de la ventura pues, la habiendo vivido, el precio que pagar le parece ligero frente al amor que la motiva y a los bienes que trae.

CAPITULO 2

En una noche oscura

En este capítulo, Juan de la Cruz explica que la noche de que habla tiene tres causas y tres partes, y por qué.

Estas tres partes de noche todas son una noche ; pero tiene tres partes como la noche, porque la primera, que es la del sentido, se compara a prima noche, que es cuando se acaba de carecer del objeto de las cosas ; y la segunda, que es la fe, se compara a la medianoche, que totalmente es oscura ; y la tercera, al despidiente, que es Dios, la cual es ya inmediata a la luz del día.

La diversidad de las fases de la noche se explica por aquella de las etapas del recorrido. El espiritual se transforma adelantando, lo que implica una serie de purificaciones y de metamorfosis. Estas fases sin embargo constituyen une sola noche, pues hay a su opacidad una sola causa : la contemplación oscura de Dios.

CAPITULO 3

Este capítulo toca la primera parte de la noche, la que concierne a los sentidos.

Llamamos aquí noche a la privación del gusto en el apetito de todas las cosas... Deja el alma de apacentarse en el gusto de todas las cosas, y así se queda según el apetito a escuras y sin nada... podemos decir que está como de noche a escuras, lo cual no es otra cosa sino un vacío en ella de todas las cosas.

Este vacío, Juan de la Cruz lo llama también "desnudez" y precisa : Llamamos esta desnudez noche para el alma, porque no tratamos aquí del carecer de las cosas - porque eso no desnuda al alma si tiene apetito de ellas - sino de la desnudez del gusto y apetito de ellas, que es lo que deja al alma libre y vacía de ellas, aunque las tenga.

Total, es aquí cuestión de despego, de sosiego de los deseos, y no de la privación de objetos que pueden revelarse necesarios.

En esta pacificación de los sentidos, Dios tiene el papel principal. Es porque se da a gustar secretamente al alma que esa siente su inclinación por los objetos decrecer y puede consentir a alejarse de ellos.

CAPITULO 4

En este capítulo, Juan de la Cruz se ocupa en motivar el alma al despego, subrayando el poco de consistencia de los seres : Todas las cosas de la tierra y del cielo, comparadas con Dios, nada son, como dice Jeremías por estas palabras : Miré a la tierra y estaba vacía, y ella nada era ; y a los cielos, y ví que no tenían luz (4,23) . En decir que vio la tierra vacía, da a entender que todas las criaturas de ella eran nada, y que la tierra era nada también. Y en decir que miró a los cielos y no vio luz en ellos, es decir que todas las lumbreras del cielo, comparadas con Dios, son puras tinieblas. De manera que todas las criaturas en esta manera nada son, y las aficiones de ellas menos que nada podemos decir que son.

Juan de la Cruz adopta aquí el mismo paso que los místicos budistas que hablan de vacuidad (sunyata) de todas las cosas para mostrar sur carácter evanescente, non apropiable, e invitar a despegarse de ellas. Sin embargo, quien ha leido su biografía sabe también que él era muy sensible a la hermosura de las cosas. He aquí lo que les hace decir, en el Cántico espiritual, a propósito de su Criador :

Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.

Finalmente, lo que es denunciado en este capítulo no es el mundo criado como tal, sino como objeto de fijación, de apego, reduciendo el alma a encerrarse en un fragmento limitado del real en vez de abrirse à la totalidad infinita de Dios.

Todo el ser de las criaturas, comparado con el infinito ser de Dios, nada es ; y, por tanto, el alma que en él pone su afición, delante de Dios también es nada y menos que nada.... y, por tanto, en ninguna manera podrá esta alma unirse con el infinito ser de Dios.

Pero en el Cántico espiritual, será dicho que este ser infinito recobre la totalidad de los seres, contiene el universo entero.

CAPITULO 5

Juan de la Cruz prosigue aquí el argumento del precedente capítulo y exclama :

¡ Oh si supiesen los espirituales cuánto bien pierden y abudancia de espíritu por no querer ellos acabar de levantar el apetito de niñerías, y como hallarían en este sencillo manjar del espíritu el gusto de todas las cosas si ellos no quisieren gustarlas !

Encontramos allí una de las grandes convicciones de Juan de la Cruz, profundamente experimentada por él, y que funda toda su ascesis :   Dios es todas las cosas en un ser sencillo, quien gusta a Dios, gusta à todo. Por otra parte, la perfección, precisa, no consiste en practicar tal o tal virtud, sino   en tener el alma vacía y desnuda y purificada de todo apetito. Esta condición rellena, Dios pondrá en el alma un nuevo ya entender de Dios en Dios, y un nuevo amar a Dios en Dios... metiéndola en una nueva noticia y abisal deleite.

CAPITULO 6

Los deseos causan en el alma dos daños principales :

1) La privan del Espíritu de Dios.

2) La cansan, atormentan, oscurecen y debilitan. Según aquello que dice Jeremías : "Dos males hizo mi pueblo : Dejáronme a mí, que soy fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas rotas, que no pueden tener agua." (2,13)

Todas las criaturas son migajas que cayeron de la mesa de Dios. Por tanto - añade Juan de la Cruz - es mejor sentarse à la mesa del espíritu increado de su Padre.

Esta es la propiedad del que tiene apetitos, que siempre está descontento y desabrido, como el que tiene hambre. Pero, mientras no los aleja, no puede recibir la hartura que causa el espíritu de Dios.

Referiéndose de nuevo a Jeremías : "Aparta Tu garganta de la sed." (2,25) , Juan de la Cruz se acerca al Buda que estima también que la fuente del sufrimiento es la sed, es decir el deseo ávido, nunca satisfecho.

Es importante sin embargo comprender que, en la Subida del Carmelo, la estrategia de Juan de la Cruz no es asestar una palabra de autoridad, ni emitir un juicio moral prohibiendo desear. Lo que busca más bien con la ayuda de sus análisis sicológicos y de sus referencias bíblicas, es hacer tomar conciencia del carácter siempre insatisfecho del deseo y de su incapacidad a ser verdaderemente colmado. Esta conciencia no puede sin embargo realizarse sino sobre la base de la experiencia. Es probando la esterilidad y la sed siempre renaciente del deseo que el espiritual, puede efectuar un verdadero despego. Juan de la Clruz se aplica sólo a animarle confortando por sus palabras convicciones que éste debe coger en el campo mismo de su vida.

CAPITULO 7

La segunda manera de mal positivo que causan al alma los apetitos es que la atormentan y afligen, a manera del que está en tormento de cordeles abareado a alguna parte, de lo cual hasta que se libre no descansa.

Por lo cual, habiendo Dios lástima de estos que con tanto trabajo y tan a costa suya andan a satisfacer la sed y hambre del apetito en las criaturas, les dice por Isaías : Todos los que tenéis sed de apetitos, venid a las aguas, y todos los que no tenéis plata de propia voluntad y apetitos, daos prisa ; comprad de mí y comed.

Este venir a la grosura es salirse de todos los gustos de criatura, porque la criatura atormenta y el espíritu de Dios recrea. Y así nos llama El por san Mateo diciendo :"Todos los que andáis atormentados, afligidos y cargados con la carga de vuestros cuidados y apetitos, salid de ellos, viniendo a mí, y yo os recrearé." (11,28-29)

La argumentación se pone aquí sobre el terreno de la libertad : calmar el corro de sus deseos equivale a librarse de ellos, a descargarlos, a conocer un estado de ligereza y de descanso.

CAPITULO 8

El tercer daño que los deseos causan en el alma es que la ciegan. En efecto, el alma que es cautiva de sus deseos, está en tinieblas según su inteligencia, entorpecida según su voluntad y endurecida según su memoria. No tiene pues capacidad para recibir la ilustración de la sabiduría de Dios, como tampoco la tiene el aire tenebroso para recibir la del sol.

¡ Oh, si supiesen los hombres de cuánto bien de luz divina los priva esta ceguera que les causan sus aficiones y apetitos, y en cuántos males y daños les hacen ir cayendo cada día. !

Después de la esclavitud, la ceguedad : la multiplicidad brumosa de los objetos de deseo oscurece la mirada del alma y la impide ver la luz solar de Dios.

CAPITULO 9

En este capítulo Juan de la Cruz se aplica a mostrar como los deseos ensucian el alma y desfiguran su hermosura.

CAPITULO 10

Los apetitos entibian y enflaquecen el alma... Y asi, el alma que tiene la voluntad repartida en menudencias es como el agua que, tiniendo por donde se derramar hacia abajo, no crece para arriba, y así no es de provecho.

El alma no recogida en un solo apetito de Dios pierde el calor y vigor en la virtud. Lo cual entendiendo bien David dijo hablando con Dios : "Yo guardaré mi fortaleza para ti." (Ps 58,10)

Los apetitos son también como las sanguijuelas, que siempre están chupando la sangre de las venas ; porque así las llama el Eclesiástico, diciendo : "Sanguijuelas son las hijas - esto es, los apetitos - siempre dicen : Daca, daca." (Prov 30,15)

¡ Es gran lástima considerar cuál tienen a la pobre alma los apetitos que viven en ella, cuán desgraciada para consigo mesma, cuán seca para los prójimos y cuán pesada y perezosa para las cosas de Dios !

Total, ceder siempre a sus envidias, es dilapidar su energía dejándose vampirizar por ellas. Despuès de que, se instala une suerte de torpor, de inercia espiritual.

CAPITULO 11

En este capítulo Juan de la Cruz insiste sobre la necesidad de un despego total.

Si una ave está asida a un hilo delgado... aunque sea delgado, tan asida se estará a él como a uno grueso en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar ; pero, por fácil que es, si no lo quiebra, no volará.

En la Noche de la fe, el alma... si se embaraza y emplea en algo, no queda libre, sola y pura, como se requiere para la divina transformación.

Para entrar en esta divina unión ha de morir todo lo que vive en el alma, poco y mucho, chico y grande, y el alma ha de quedar sin codicia de todo ello y tan desasida, como si ello no fuese para ella, ni ella para ello. Lo cual nos enseñó bien sans Pablo ad Corinthios, diciendo : Lo que os digo, hermanos, es que el tiempo es breve ; lo que resta y conviene es que los que tienen mujeres sean como si no las tuviesen ; y los que lloran por las cosas de este mundo, como si no llorasen ; y los que se huelgan, como si no se holgasen y los que compren, como si no poseyesen ; y los que usan de este mundo, come si no usasen (7,29-31) . Esto nos dice el Apóstol, enseñándonos cuán desasida nos conviene tener el alma de todas las cosas para ir a Dios.

Notamos que no se trata de no llorar, de no alegrarse, de no usar de las realidades de este mundo, pero de hacerlo con retroceso, desapego, y el sentimiento que en el fondo hay más importante, más esencial.

CAPITULO 12

Juan de la Cruz recuerda aquí que la extinción de los deseos se llama noche de los sentidos y cuánto convenga entrar en esta noche para ir a Dios. Pide pues resistir a sus apetitos y privarlos de lo que desean para dejarlos libres de la miseria que ha denunciado precedentemente, a saber de la ceguedad y de la servidumbre que provocan.

Es claro que esta ascesis no es posible sino en contexto contemplativo, es decir en la medida en que Dios mismo pone manos a la obra y asegura al alma, en la contemplación (de la cual Juan de la Cruz da signos por otra parte) un alimento más sustancial que aquello que persiguen sus deseos, el cual no puede verdaderemente saciarla.

Lo que Juan de la Cruz no dice, pero que merece ser aclarado, es que en la medida en que la refección de esta contemplación no esta ahí, sería sicológicamente peligroso practicar una ascesis drástica con respecto a los deseos. El riesgo de angelismo, de depresión, de inhibición no es vano. Los principiantes sobre la vía del espíritu deben cuidar de eso, y también sus consejeros espirituales. Más bien que de mortificación, es entonces de moderación que conviene hablar. La templanza, virtud cardinal (con la prudencia, la justicia y el ánimo) bien conocida por Juan de la Cruz, es aquí apropiada.

CAPITULO 13

Este capítulo es importante en lo que se refiere a la actitud general que se debe tener en la noche de los sentidos.

Es de saber que el alma ordinariamente entra en esta noche sensitiva en dos maneras : la una es activa, la otra pasiva. Activa es lo que el alma puede hacer y hace por su parte para entrar en ella, de lo cual ahora trataremos en los avisos siguientes. Pasiva es en que el alma no hace nada, sino Dios la obra en ella, y ella se ha como paciente ; de la cual trataremos en el cuarto libro (el tratado de la Noche oscura).

Señalamos que se trata de dos facetas de una única realidad. Noche activa y noche pasiva se completan, y la una no va sin la otra. Si puede ocurrir una alternación a nivel de las acciones del alma y de Dios, no se pueden separar estas dos maneras de obrar ambas necesarias y ambas contribuyendo al adelantar del alma en la noche.

Por lo que se refiere al aspecto activo, el primer consejo que da Juan de la Cruz es "imitar a Cristo en todas las cosas". Se trata de hecho de descebar y apaciguar las cuatro pasiones naturales que son el gozo, la esperanza, el temor y el dolor. Por eso, preconiza una ascesis de despego y de privación con respecto a todo lo que puede atraer el deseo de los sentidos y acariciar las pretensiones del ego. Luego remite a su esquema del Monte Carmelo puesto al principio de la Subida. Sigue una serie de consejos famosos que damos integralmente :

Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada ;
para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada ;
para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada ;
para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada ;
para venir a lo que no gustas,
has de ir por donde no gustas ;
para venir a lo que no posees,
has de ir por donde no posees ;
para venir a lo que no eres,
has de ir por donde no eres.

MODO PARA NO IMPEDIR AL TODO

Cuando reparas en algo,
dejas de arrojarte al todo ;
porque, para venir del todo al todo,
has de negarte del todo en todo ;
y cuando lo vengas del todo a tener,
has de tenerlo sin nada querer ;
porque, si quieres tener algo en todo,
no tienes puro en Dios tu tesoro.

En esta desnudez halla el alma espiritual su quietud y descanso, porque, no codiciando nada, nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad.

CAPITULO 14

uan de la Cruz comenta ahí el segundo verso de la primera canción de su poema de la Noche :

con ansias, en amores inflamada,

Para vencer todos los apetitos y negar los gustos de todas las cosas - con cuyo amor y afición se suele inflamar la voluntad para gozar de ellos - era menester otra inflamación mayor de otro amor mejor, que es el de su Esposo, para que, teniendo su gusto y fuerza en éste, tuviese valor y constancia para fácilmente negar todos los otros. y no solamente era menester para vencer la fuerza de los apetitos sensitivos tener amor de su Esposo, sinon estar inflamada de amor y con ansias.

Lo que Juan de la Cruz no dice aquí, pero que es implícito, es que este amor ansioso que el alma experimenta en su sensibilidad, tiene su fuente en Dios y luego forma parte de la noche pasiva : aquella que depende del obrar divino. A pesar de su intención de tratar aparte lo que se refiere a la noche activa y a la pasiva, Juan de la Cruz no puede pues impedirse de hablar de este última tanto es difícil tratarlas separadamente.

CAPITULO 15

¡ oh dichosa ventura !,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada ;

En este capítulo, Juan de la Cruz despacha rápidamente el resto de su primera canción, que parece poco interesado en comentar. Es verdad que estos versos se prestan poco a desarrollos ascéticos, pero se siente sobre todo que quiere llegar al corazón du su asunto : la unión con Dios por medio de la noche del espíritu, es decir : la fe. Todo lo que dice de estos tres últimos versos es que la salida nocturna del alma se hace sin que ésta sea vista, es decir retenida por sus pasiones y deseos, estos estando ya sosegados.

Continuación


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